El apóstol Pedro fue una persona común y corriente que
vivió en una generación extraordinaria. Fue la generación en la cual Jesús
vivió en la Tierra y murió por la salvación de la humanidad. Fue Andrés quien
trajo primero a su hermano Pedro (llamado originalmente Simón), para que
conociera al Señor (Jn 1.40-42). Cuando Jesús los invitó a convertirse en sus
discípulos, ambos hermanos dejaron de inmediato su actividad de la pesca, y se
pusieron bajo la autoridad de Cristo (Mt 4.20). Al comienzo, el antiguo pescador
era rápido para hablar y actuar, y esa impulsividad lo metió en problemas. Por
ejemplo, cuando el Señor Jesús estaba hablando de su inminente sufrimiento y
muerte, Pedro no estuvo de acuerdo, como si él supiera más que el Señor. La
reprimenda de Cristo fue rápida y directa (16.21-23). El apóstol aprendió de
sus errores, y más tarde le fue dada una gran responsabilidad. Pedro es un buen
ejemplo de cómo debemos deshacernos de los deseos personales, aceptar de todo
corazón la voluntad del Señor Jesús, y andar estrechamente con Él (Mr 8.34). El
Señor escoge a personas nada excepcionales como Pedro, usted y yo, para
edificar su Reino. Cuando lo hacemos, Él hace por medio de nosotros más cosas
de lo que jamás pudiéramos imaginar.
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