Había una vez un rey, que a pesar de ser muy rico, era un hombre sencillo, completamente separado de sus riquezas y muy querido por su pueblo.
Un día, uno de sus súbditos le
preguntó cómo podía tener tantas riquezas y seguir siendo un hombre
humilde. Y el rey ordenó a sus soldados:
- Llévense lo a mis depósitos
reales. Denle una lámpara y déjenle mirar y tocar todo mi tesoro,
para que pueda evaluarlo para mí, pero si la lámpara se apaga, le dan
10 latigazos fuertes.
Dos horas más tarde, el hombre
regresó al rey con la lámpara aun ardiendo, y el rey le preguntó:
- ¿Qué piensa usted, cuánto vale mi tesoro?
- Señor, yo estaba muy preocupado
por no dejar que se apague la lámpara que ni siquiera pode observar y
evaluar su tesoro, discúlpeme, señor -respondió el hombre.
- Este es mi secreto, ¡Le confió el
rey! Yo estoy tan ocupado en mantener la llama de mi alma ardiendo que ni
observo estas cosas.
"El fuego se mantendrá ardiendo en el altar continuamente; no se apagará" (Levítico 06:13).
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